El día que nuestro sticker dejó de ser solo nuestro
Un texto sobre mensajes de WhatsApp, emociones invisibles y por qué creemos que somos únicos cuando en realidad solo repetimos los códigos de nuestra tribu.
Hace unos días recibí por WhatsApp un sticker que yo conocía muy bien. Mucho más, desde luego, que a la persona que me lo enviaba, con la que aún no me había encontrado en persona.
Aquella diminuta imagen animada resumía para mí muchas cosas aunque mi interlocutora lo desconociera. Hasta entonces, solo una persona (una muy concreta) me lo había enviado y para mí era una especie de emblema de nuestra relación. No sé, se me ocurre que, de la misma forma que durante el siglo XX se popularizó aquello de “esta es nuestra canción”, hoy en día se podría decir que ese era “nuestro sticker”.
En ese momento, recordé una viñeta de Quino me viene a la cabeza de vez en cuando. En ella, decenas de parejas idénticas caminan por el espacio en blanco de una página. Son, literalmente, una copia exacta las unas de las otras. En medio de esa uniformidad, una de ellas lanza una pregunta al vacío: “¿Cómo hacerle comprender al mundo que lo nuestro es maravillosamente distinto?”
Reconozco que la reflexión de Quino es algo pesimista y fácilmente discutible. No obstante (en mis momentos menos románticos quizá), tiendo a pensar que es posible que no ande tan desencaminado.
Aquel sticker me ponía exactamente en la situación de esas parejas y respondía claramente a su preguntacon una sonrisa irónica. Enviado por una nueva persona, sin darle mucha importancia, aquel guiño, hasta entonces privado y único, me llegaba desde otro teléfono y con un sentido ligeramente distinto.
“¿Cómo hacerle comprender al mundo que lo nuestro es maravillosamente distinto?”
La cartografía de una epidemia emocional
Cuando alguien crea un sticker y lo envía, inicia una cadena sobre la que no tiene ningún control. El elemento comienza entonces a contagiarse, con mayor o menor velocidad, de una conversación a otra, creando una red que aunque nos pasa desapercibida no por eso deja de existir.
Una red que, por azar, puede llegar a reconectar con el creador original, si es que este recibe su sticker a través de una persona a la que él nunca se lo había enviado como una versión cibernética del hijo pródigo. Es como si el paciente cero de una epidemia volviera a contagiarse.
Esta comparación con las epidemias no es en absoluto casual. Tradicionalmente se ha estudiado la viralidad de los contenidos en internet utilizado modelos similares a los de las epidemias.
Modelos que en este caso, se quedarían cortos: para un virus, todos los humanos somos similares, pero la distribución de los stickers se ve afectada por las simpatías, los amores y los odios. Sus patrones no siguen estrictamente las leyes de la viralidad, sino las del corazón.
Me dejo arrastrar un poco e imagino la posibilidad de una ciencia etnográfica digital que consiguiera cartografiar las redes de distribución de estas imágenes. Informarnos de que el sticker animado del gatito lloroso lo creó una diseñadora gráfica a la que su pareja acababa de dejar para llorar virtualmente con sus amigas. Tiempo después, una de ellas lo envió a su novia pidiendo mimos y el gatito siguió su camino llegándome a mí, la otra noche, tras cancelar los planes que tenía con un amigo.
Las tribus ocultas de WhatsApp
No tengo pruebas, pero tampoco dudas de que existen tribus enormes definidas por los stickers que usan. Los padres primerizos, por ejemplo, probablemente comparten los mismos con mensajes irónicos sobre no dormir, tazas de café con ojeras o un bebé tocando el tambor.
Aquellos que acaban de romper con sus parejas tienen probablemente una pequeña colección de stickers que funcionan como bálsamo emocional o simplemente para dar un poco de penita como un cachorro bajo la lluvia o un corazón forrado de tiritas.
Los que están en medio de un flirteo largo y sexy seguramente recurren a stickers llenos de dobles sentidos o que proyectan algo parecido a la imagen que quieren de ellos.
Cada tribu tiene su dialecto visual, sus códigos secretos, sus referencias compartidas. Y lo más fascinante de todo es que la mayoría no son conscientes de pertenecer a ellas. Creen que sus stickers son únicos, cuando en realidad son las señales de identidad de su clan emocional.
Poder visualizar esas redes sería como contemplar el sistema nervioso emocional de toda la sociedad, pero también rompería mucha de la magia que nos permite, al menos a veces, creernos únicos y especiales como las parejas de Quino.